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A ratos, odio a la tecnología, esa maldita impertinente...

Tomas Gonzalez

Tecnófilos contra tecnófobos. La guerra del futuro
La tecnología empezó como una tímida ayuda, pero poco a poco se ha ido adueñando de nuestra vida cotidiana. Su objetivo está muy claro y es realmente astuto: quiere hacer las cosas por nosotros. Pero TODAS, las importantes y las que no lo son. Y, francamente, ya voy yo solo al baño, muchas gracias. 

Me está cayendo gorda. La tecnología, digo. Empezó su relación con el ser humano un buen día, hace ya muchos años, con la excusa de facilitarnos las cosas: “deja, no vayas andando, ya te llevo yo en un automóvil”. “No, no sumes con el lápiz y el papel, ya te digo yo cuánto es el total con la calculadora”. Y nosotros, claro, encantados.

Pero poco a poco, el papel de la tecnología ha ido creciendo, como era lógico, en nuestras vidas. Se ha ido adueñando de las tareas más sucias, farragosas, agotadoras o exigentes, tanto mental como físicamente. Nada que decir en contra, ése era el plan, y yo soy de los que están agradecidos y enamorados de sus gadgets, ordenadores, dispositivos...

Lo que ocurre es que ahora estamos en una escalada que nos lleva del mencionado “deja que te ayude” al escalofriante “siéntate, que ya me encargo yo de todo”. Y de lo que me quejo, en realidad, es de la intromisión constante y, hasta cierto punto agresiva, en nuestras vidas. De su empeño en abrir la puerta por nosotros, atender y discriminar nuestras llamadas, decidir qué vemos en la televisión, conducir por nosotros...

La intromisión constante y, hasta cierto punto agresiva, de la tecnología en nuestras vidas

Actualmente, los programas nos consultan cómo y cuándo hacerlo para que pensemos que tenemos el control: “Siri, si me ves temblequear, es hora de encender la calefacción”. Pero, más pronto o más tarde, las máquinas tomarán sus propias decisiones. A mi no me la dan. Sé que llegará el día en que mi asistente personal me habrá hecho la compra y llenado mi nevera, pero comprando yogures light porque, tal y como me explicará con voz robótica y burlona: últimamente te veo más gordito, es hora de reducir peso. 

Cochina máquina, pensaré. Saldré de mi casa para gritarlo –no sea que ella me oiga– pero uno de los drones que sobrevuelan mi barrio me escuchará maldecir contra ella y, como son máquinas compañeras de promoción (ambas posan juntas en el anuario de Google, 2019) se chivará. Entonces mi asistente, a modo de castigo ejemplar y rencorosa como el peor de los humanos, eliminará la sobrasada de mi próxima lista de la compra. Estoy en sus manos.

Cuando el mundo esté dominado por máquinas que, a modo de madres sobreprotectoras, decidirán por nosotros lo que nos conviene y lo que no, la sociedad se dividirá entre tecnófilos y tecnófobos. No hablo de simples tendencias, sino de una escisión radical. Enfrentamientos, soflamas, actos de sabotaje... todo eso.

Los tecnófilos defenderán que la tecnología les pueda escoger a diario qué calcetines ponerse, y los tecnófobos abogarán por la libertad de pensamiento y se tirarán diez minutos cada mañana combinando, indecisos, calcetines y zapatos. La HBO, siempre al quite, creará una serie televisiva de éxito, guionizada y rodada por máquinas que, ahora sí, dominarán el mundo. Yo creo que ya hemos perdido la batalla. Solo queda esperar a que pase.

Me pregunto qué SO usarán las máquinas regentes: ¿Linux o Mac OS? De lo que estoy seguro es que, antes o después, recibirán la visita de alguien de Microsoft que querrá venderles paquetes de licencias con precios millonarios pero muy ventajosos, pero no tendrán éxito. Las máquinas son listas, muy listas.

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