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Sois muy amables, pero no, no quiero más espacio en la nube

Tomas Gonzalez

Cuanto más espacio virtual tengo, más complicada es mi vida
Unos gigas de datos, otros tantos de fotos, otros más para proyectos... y una nube para guardarlos a todos y atarlos en el ciberespacio. La nube única. Grande, eficaz, accesible, poderosa y temible... demasiado atractiva y tentadora. 

A lo tonto, a lo tonto, se me está yendo el siglo y aún me quedan mil cosas por hacer. Para empezar, tengo la nube manga por hombro. Vamos, como para que vengan las visitas y me vean las carpetas y los ficheros apilados sin un criterio y un alineamiento que los haga lucir un poquito. Desde que empezó a popularizarse el invento este de la nube, quedó clarito que era el mejor lugar para almacenarlo todo y acceder a ello después desde cualquier parte. O sea, algo así como un trastero de tamaño generoso y sin problemas de humedades.

Y, seamos honestos, no exageraban: la nube es un lugar estupendo, la mejor opción para acoger nuestros datos. Tardó en llegar, pero desde entonces ya nadie se acuerda de los disquetes, los discos magneto ópticos, las cintas de streamer, los discos zip, el CD-RW... se acabaron los problemas de espacio, las copias de seguridad domésticas que tardaban horas y horas, los estantes llenos de estuches de plástico con etiquetas borradas, tachadas y sobrescritas mil veces... 

Gracias a la nube, se acabaron los problemas de espacio. Pero no los problemas

Pero ¡ay! no todas las nubes son color de rosa. No por culpa suya, sino por usuarios tan desconsiderados como un servidor, que se lía a subir cosas y ya no puede parar. Nunca. No me importa admitirlo: si no es conveniente darle un revólver a un chimpancé, tampoco lo es darme a mi un espacio de almacenamiento ilimitado. Está muy claro: cuando tu trastero es pequeñito, te esfuerzas en comprarte unas feísimas pero funcionales estanterías metálicas para colocarlo todo y, mediante las veteranas técnicas del Tetris y el Sokoban, encajar cada objeto de forma que se aproveche el espacio. Al final, con mejor o peor criterio y mayor o menor fortuna, tu diminuto trastero guarda los trastos y se adapta a tus necesidades tanto como tú a sus características. Una relación simbiótica perfecta.

Y llega entonces un tecno-filántropo desalmado ofreciéndote un espacio en la nube grande y gratuito, o casi. ¿Qué haces? Recoges los bártulos y te vas allá donde la luz del Sol brilla más... y no hay que estrujarse el cerebro para hacer sitio. Mueves tus datos y los sueltas en la carpeta de entrada, “a capón”. Lo organizo una de estas tardes, te dices. Y no lo harás. Simplemente, porque no lo necesitas. Porque cabe todo así, apelotonado. Es un regalo envenenado. 

¿Espacio de sobra para todo? No, gracias, seguro que hay gato encerrado

Personalmente, creo que no es bueno tener sitio de sobra para todo. ¿Qué lección le daremos a nuestros hijos? ¿Que todo se guarda? ¿Que todo vale? ¿Que no hay que borrar ni las fotos de la tía Ludi borracha en la boda del primo Rafa? Yo, en un ejercicio de responsabilidad, no permitiré a mis hijos más de 100 MB hasta que sean mayores de edad. Para mi, ya es tarde y necesito cada uno de mis 100 GB. Pero vosotros, mis pequeños, creced felices, valorando el espacio que tenéis y, sobre todo, mantenedlo organizado. No como la nube de vuestro padre, que parece una leonera...

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