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Tus jueguecitos Free-to-play ya están agotando mi paciencia

Tomas Gonzalez

He cambiado el free-to-play por el hate-to-play
Me da igual si cultivas los mejores calabacines en Facebook, si has reunido 150 gemas del caos o si tu mascota se siente feliz porque su cuerpo está libre de molestos excrementos. Deja de invitarme a tus juegos o juro que denunciaré todos tus malditos logros ante el Tribunal de la Haya.

No hace tanto tiempo que el término “free-to-play” sonaba a un lema de camiseta friki y no a una forma lúdica de arruinar tu vida. Pero en esas llegaron unos tipos avispados y levantaron un tinglado, aparentemente inofensivo, con unos juegos bastante resultones. Nos decían: “no te preocupes, tú te descargas nuestro juego, empiezas con tu personajes sin que tengas que pagar nada y luego ya vamos hablando”. Qué gente tan maja, te decías. ¿Serán de una ONG de nuevo cuño?

Hasta que empezabas a cruzarte a personajes con armaduras que brillaban más que la tuya, hechizos más devastadores y sobre todo, armas que vencían sin despeinarse a los enemigos que a ti te daban la del pulpo cada vez que te acercabas a pedirles la hora. Pero es que ellos habían pagado. Y así descubriste cómo el “free-to-play” se convertía en “pay-to-win”.

El apocalipsis se desata cuando el "free-to-play" llega a las redes sociales

Pero, ante todo, seamos justos. No estamos hablando todavía del peor “free-to-play”. Los juegos que iniciaron la fórmula no tenían mayor pecado que dividir a sus parroquianos entre jugadores suprahabilidosos, capaces de conseguir lo mismo que el resto pero sin gastar dinero, y jugadores mediocres, que no pueden o no quieren permitirse decapitar al dragón rojo empleando veinte horas de su vida en entrenarse aplastando goblins, así que optan por gastarse tres euros en una espada que le pone las cosas más fáciles en lugar de dejar de lado durante semanas a su familia, sus amigos y su cepillo de dientes.

Pero todo lo que puede empeorar terminará por hacerlo, y así ocurrió que los juegos free-to-play se hicieron sociales y desarrollaron niveles de crueldad y perfidia sin precedentes en el mundo lúdico. Y llegó el apocalipsis del free-to-play. Más y más juegos “gratuitos” fueron apareciendo al tiempo que sus maniobras de marketing se volvían más agresivas y feroces.

He cambiado el "free-to-play" por el "hate-to-play"

Primero te informaban puntualmente de los logros de tus amigos, conocidos, gente que podrías conocer y gente que a ti te importa un pito pero que ellos creen que te conocen. “Pedrito se ha sacado un moco en Dirty World”. “Sara se ha hecho seppuku tras una indigestión de sushi en Samurai Adventure”. El tono siguió subiendo y el mundo del “free-to-play” social continuó convirtiéndose en algo oscuro y tenebroso. Cada jugador conectaba, invitaba y acosaba a sus contactos para ganar un corazón, un bonus o un poder que no se puede conseguir si no es agobiando a tus amigos.

Y yo, muchachote de sensibilidad extrema, tanto me agobié que cambié el “free-to-play” por el “hate-to-play” y cerré el quiosco. Del todo. Así que, ahora, no quiero saber si has obtenido una vida extra, ganado una liga o completado un panel de hortalizas. No me invites, no me cuentes, no me ofrezcas. Y tampoco tengas en cuenta mi mala actitud. Es culpa del cochino “free-to-play”.

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