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¿Eres de los que creen que la tecnología es cosa de hombres?

Tomas Gonzalez

¿Es la tecnología más propia de los hombres?

Tengo un gran interés en dejar claro que hombres y mujeres son iguales ante la tecnología. A ver si así dejan de pedirme en casa que arregle los enchufes. Más que nada, porque no sé arreglarlos. Aunque debo apuntar en mi defensa que alguna vez intenté asumir el papel para el que, al ser hombre, supuestamente he nacido.

Recuerdo una tarde que cambié el fluorescente de la cocina –no sin poner en riesgo mi vida– y, qué demonios, tras cuarenta minutos de forcejeo en el techo, me sentía realmente bien. Esa sensación de proveer para tu familia, de ejercer de macho alfa de la manada...

A ver si dejan de pedirme que arregle los enchufes...

Salpicando de testosterona las paredes del pasillo con cada uno de mis pasos, me dirigí al salón donde mi esposa leía el periódico y, apoyado sobre el quicio de la puerta e impostando mi voz anuncié: ¡Mujer!... ya tienes luz. Ahá, dijo ella y, sin duda orgullosa de su varón, añadió: ¿y no habrás colocado el fluorescente antiguo otra vez, ya que el nuevo se encuentra a mi vera?

No me duelen prendas a la hora de reconocerlo. La lista de talentos tecnológicos de mi mujer es extensa y, por suerte, vivimos sumergidos en una eficaz relación de simbiosis en la que ella aporta sus habilidades y yo las mías. Y ninguno nos avergonzamos por ser superados por la otra parte.

Si, de repente, ella se encuentra con que el software o el sistema operativo con el que está trabajando le hace algo extraño, suelta el ratón y no tarda ni un segundo en pedir mi ayuda. Y cuando yo no tengo claro si alguien que me ha añadido ha publicado lo que a mi me gusta que él ha incluido en la lista de las 10 bañeras en las que no debes dejar de bañarte antes de morir, pues yo le pregunto a mi mujer, porque ella se conoce todos los recovecos de las redes sociales y su críptico modus operandi.

Así funcionamos muy bien, nadie intenta lo que no sabe o cree no saber y en los casos en los que el conocimiento no basta... tercia mi suegra. Ella, como muchas otras de su edad y condición, se criaron con la extraña idea de que los hombres nacemos con un talento natural en algunas cosas.

Por ejemplo, saber lo que es mejor para que un equipo de fútbol que está perdiendo remonte, distinguir a simple vista qué número de llave Allen hay que utilizar llegado el momento... ese tipo de poderes sobrenaturales que, inexplicablemente, a mi no me han suministrado.

Y cuesta explicarle a mi suegra que, si hay que arreglar un enchufe en casa, mejor se lo pide a mi mujer. Y si hay que hacer una bechamel fina, mejor me lo pide a mi. Pero ella tiene muy repartidos los roles y es una batalla perdida.

Cuando falla el ratón de su ordenador, rápidamente dice: “Hija, dáselo a tu marido, que él sabrá lo que hay que hacer”. Y yo, que efectivamente sé lo que hay que hacer, lo golpeo un par de veces contra mi muslo derecho, lo vuelvo a probar y, si sigue en sus trece, se lo devuelvo a mi mujer.

Mi suegra tiene muy repartidos los roles y es una batalla perdida

Porque ella sí que sabrá lo que hay que hacer, para eso se le da tan bien la tecnología. Con decir que tenía razón cuando me lo dijo aquella tarde, que yo había puesto otra vez el fluorescente antiguo...

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