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Siempre y en todo lugar. Podríamos decir que existen tres tipos de datos de ubicación que permiten posicionar un terminal móvil y al usuario que lo porta: implícitos, es decir, aquellos que se basan en las búsquedas que realizamos sobre posibles puntos de interés o correos que recibimos con fechas de eventos o reservas de hotel; datos sobre el tráfico de Internet, que permiten identificar el país con la IP asignada y la ubicación aproximada con la información de la celda (estación base) desde la que nos conectamos; y, por último, los obtenidos por el chipset GPS, el WiFi y otros sensores, que permiten estimar la ubicación casi exacta del dispositivo. Hasta aquí la teoría, estándares y tecnologías enfocados a facilitarnos los quehaceres del día a día, nada sobre lo que debamos preocuparnos.

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El problema reside en que la voracidad de anunciantes, empresas y desarrolladores a la hora de recolectar datos está en alza, y la línea que separa lo público y lo privado cada vez está más difusa: conocen nuestras inquietudes gracias a las búsquedas que hacemos; qué, cómo, por qué y cuándo consumimos todo tipo de bienes digitales y materiales; con quienes nos relacionamos; y, lo más inquietante, dónde estamos en cada uno de todos esos momentos. ¿Razón para preocuparse? No... a medias. Lo importante es ser conscientes de lo que entregamos a cambio de los servicios 'gratuitos'. El peligro no está en el rastreo de datos, sino en el uso que se hace de estos.

Así, una vez aceptas las reglas de juego pasas a estar 'monitorizado' veinticuatro horas al día. El secreto para sobrellevar tu yo más 'conspiranoico' radica en encontrar el equilibrio entre comodidad y privacidad. ¿O acaso no sabías que te 'espiaban'? Y dado que la total desconexión no es una opción, lo mejor es disfrutar con sentido común de tu smartphone, sus sensores y sus apps, aun a sabiendas de que formar parte del 'eCosistema digital' pone en peligro tu privacidad, amenaza tu autonomía y te hace más manipulable y controlable.