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Sin mi Internet, yo no voy a ninguna parte

Tomas Gonzalez

Tu mudanza será un éxito mientras tengas conexión a Internet

Mudarse de casa es un suplicio. Hay que meter todo en cajas, hay que salvar lo realmente importante -que, curiosamente, es lo que a tu familia le parece inútil y pretende bajar al contenedor- y hay que vivir durante unos días caminando en pasitos cortos por los pasillos, de puntillas y efectuando giros imposibles para esquivar torres de cajas que pueden desmoronarse (de hecho, están deseando hacerlo) sobre ti. Y, claro, también hay que trasladar tu conexión a Internet.

La semana pasada me he cambiado de casa. Y como decía, lo primero que se me pasó por la cabeza fue planificar el traslado del ADSL. Así que, armado de lápiz, papel, cojines cómodos y un garrafón de tila, procedí a llamar al proveedor de turno. Y como la experiencia es un grado, puse lo mejor de mi bagaje al servicio del proceso.

Veterano en mil guerras telefónicas y tras haber participado en míticas contiendas como la "Batalla de la Facturación Errónea" o misiones suicidas del calado de la "Operación Darse de Baja", sé muy bien cómo debo ir al frente.

Un consejo para los nuevos reclutas: no esperes entender o que te entiendan en la primera llamada. Probablemente, tampoco en la segunda. La clave está en ir probando hasta dar con el operador que sabe de lo que habla y tiene sus neuronas en activo.

Es una mera cuestión de proporciones: las compañías contratan -no sé bien por qué- ejércitos completos de ineptos de toda condición, género y procedencia, pero afortunadamente se les cuela también un puñado de tipos con sentido común. Sigue llamando y, antes o después, te encontrarás con uno de ellos.

Sospecho que la legislación les obliga a contratar a algún empleado competente, aunque sea uno de cada cuatro, por cumplir con algún tipo de cuota paritaria o recomendación europea. 

Quedarse sin Internet no es una broma

Así que, cortés pero firme, le expliqué al primer operador las necesidades de mi traslado. El contraatacó, curtido en estas lides, con una ráfaga de demoledoras frases hechas: "Disculpe, Don Tomás, pero...", "Nosotros no podemos...", "No le garantizamos...", "Habitualmente le viene tardando..."Sólo mis lacónicas y sumisas respuestas lograron neutralizar su ataque. Muchas gracias, ya vuelvo a llamar, le dije.

Y repito el proceso. Me defiendo de un segundo ataque. Y un tercero. En la cuarta llamada se atisba un asomo de razón y saber hacer. Rápidamente me aferro a ella a la vez que a la sensata operadora, a la que no dejaré escapar hasta finalizar con ella el proceso. ¡Victoria!

También es justo reconocer que el poderoso ejército de teleoperadores de estos proveedores son muchas veces enviados a luchar al frente con un armamento en estado calamitoso. Hasta el más hábil operador puede frustrarse al ver como se encasquilla su arma con los terribles errores informáticos de la base de datos que maneja: "Me sale que su domicilio no existe", "Aquí dice que Ud. se llama Fátima y que le gustan las cumbias y salir con sus amigos", "Lo siento, Don Tomás, entiendo que lleve siete años con nosotros, pero aquí no figura como cliente nuestro"...

Quedarse sin Internet, a día de hoy, no es una broma. Cuando se me corta la conexión media hora, terribles prúritos me asaltan y repentinamente me entran unas ganas locas de googlear términos que jamás me produjeron el más mínimo interés o responder mensajes que nunca pretendí atender. Terrible.

No jueguen con mis adicciones, señores. Si yo me voy, Internet se viene conmigo. Antes que la nevera, que la cama, que mi ropa interior, que la familia misma. Yo me mudo, sí, pero no sin mi Internet. 

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