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Por qué no se puede predecir el fin de la erupción de un volcán

Volcán en erupción
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La comunidad científica no se pone de acuerdo sobre cuándo finalizará la erupción del volcán de la Palma, algo que podría suceder en las próximas horas o incluso en varios meses.

El pasado 19 de septiembre el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma comenzó una histórica erupción que no ha cesado casi dos meses después, y los vulcanólogos no se ponen de acuerdo sobre cuándo dejará de emitir lava.

Y es que si bien los vulcanólogos son bastante precisos a la hora de pronosticar el inicio de una erupción, todavía el ser humano no tiene las herramientas necesarias para predecir cuándo una erupción finalizará y es que la medición del tiempo geológico es muy caprichoso.

Hay que ampararse en distintas declaraciones de expertos para intentar hacerse una idea sobre cuándo el volcán de Cumbre Vieja se apagará temporalmente, porque este tipo de volcanes se acaban durmiendo para despertarse unos años o unas décadas después.

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El hielo polar se derrite rápidamente, sobre todo debido al calentamiento global. Pero puede que no sea el único motivo. Al parecer, al menos en uno de los glaciares más amenazados de la Antártida, puede haber otro motivo: se trataría de nada más y nada menos que de un volcán activo. 

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Lo más lógico es pensar que un volcán terminará la erupción en cuanto se acabe todo el magma que hay disponible en su área de actuación, pero de momento no hay herramientas suficientes para saber este aspecto a la perfección. También se pueden estudiar acontecimientos como la cantidad de temblores o la temperatura bajo la tierra.

Una forma bastante obvia es observar la cantidad de magma presurizado que hay en el suelo cercano al volcán, y es que si esa inflación se convierte en deflación, sería lógico pensar que es una señal de que el suministro de magma se está agotando.

El problema es que este magma se acumula cerca de la superficie que está a punto de entrar en erupción, pero a su vez el suministro de magma es alimentado por rocas fundidas provenientes de más profundidad y que proceden de distintos procesos tectónicos arraigados, y así la cosa ya es más complicada. 

Así que en términos generales, sería muy difícil saber si el volcán recibe continuamente magma adicional o si las reservas expirarán más pronto o más tarde.

Otro aspecto que puede ayudar a los vulcanólogos es la cantidad y el tipo de gas que emana de un volcán, que otorga pistas sobre el final de la erupción. De esta manera si los instrumentos pueden detectar una caída del dióxido de carbono puede sugerir que la erupción está perdiendo impulso.

Y es que sin este gas, el  magma no flotaría y tendría dificultades para entrar en erupción. Sin embargo ciertos gases como el dióxido de carbono son difíciles de medir cuando ya existen en abundancia en la atmósfera.

Y es que cuando los instrumentos y la comunidad científica no se ponen de acuerdo, hay que echar la mirada atrás en la historia, y estudiar la duración de anteriores erupciones volcánicas en volcanes similares.

Muchos científicos parecen coincidir en que la erupción de un volcán podría durar hasta cinco meses, pero que también podría finalizar en las próximas horas, con lo que al final son simplemente suposiciones.

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