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Doctor... mi móvil no me entiende. ¿Qué hago, le grito más?

Tomas Gonzalez

Reconocimiento de voz. ¿Quién debe esforzarse más por que le reconozcan
Apple, Google, Microsoft y otros se han emperrado en que le hable a mis dispositivos. Y yo, que para la tecnología soy muy bien mandado, lo intento, palabra. Con la más dulce de mis voces, desgañitándome a gritos... pero nada, que no terminamos de entendernos.

Hace unos años, un servidor pensaba que lo del reconocimiento de voz era algo tan poco útil como las bolsitas que te dan en la farmacia. Y dejar mi destino en manos de un móvil era un acto de fe suprema, a la altura de comprarse un dispositivo de trescientos euros en una web china.

Para colmo, estaba la necesidad de hablarle a mi teléfono como si no fuera un objeto inanimado. Eso puedo hacerlo, de hecho aún consulto los asuntos importantes a mi peluche de Totoro, pero... ¿en público? Me imaginaba solicitando una relación de los podólogos más próximos en medio del autobús, sonrojado ante las miradas burlonas de mis compañeros de trayecto.

Pero, según avanzan los tiempos y mi alopecia, lo raro llega a formar parte de lo cotidiano. Y si a nadie le resulta llamativo ver a cualquier tipo hablando con su manos libres, tampoco se nos hará extraño en unos años ver a los transeúntes hablarle a sus gafas, rogarle a sus smartphones o discutir con sus prendas inteligentes. Y será de lo más normal.

Pero, ¿será eficaz? Si el listón de los programas de reconocimiento de voz actuales lo situamos en “Ok Google”, “llamar Marta”, “Cines Madridejos” o “Receta Cochifrito” y cumplimos todos los condicionantes que la tecnología nos impone hoy, sí, puede ser eficaz. Hay que hablar con claridad, hay que huir de los ambientes ruidosos, hay que escoger términos simples, reconocibles... y cruzar los dedos para que nuestro móvil sepa que Granada es una ciudad y no una fruta.

Ambos sabemos que estamos condenados a entendernos

En definitiva, tenemos que adaptarnos a nuestros smartphones para que éstos hagan después lo propio con nosotros, si es que son tan amables. Esto me recuerda a otro reconocimiento, el de escritura. ¿Soy yo el único que se empecinó, años ha, en que una Palm interpretara sus garabatos? ¿El único que modificó su B o su M hasta que su intransigente PDA dio el visto bueno y empezó a admitirlas como válidas? En ocasiones, somos tan “early adopters” que terminamos siendo cobayas gratuitas de las compañías.

Si la tecnología de reconocimiento de voz no es capaz de estar aún a la altura, prefiero esperar un poquito a que esto mejore, muchas gracias. No me molesta, por ejemplo, tener Siri en mi iPhone. De hecho, mi hija lo adora. Durante los viajes familiares, me pide el teléfono para desafiar al software con palabras y frases que se cruzan por su mente y se descostilla de la risa con las respuestas de Siri. Pero de ahí a que disfrutemos de una comunicación fluida, eficaz y natural con nuestro móvil, queda un rato. Y a que lo utilicemos a diario, para todas o casi todas nuestras tareas, un rato más.

Y no será porque no lo intente, pero el caso es que mi teléfono móvil mega inteligente no me comprende. O se hace el tonto y mira para otro lado, todavía no estoy seguro. Pero ambos sabemos que los dos estamos condenados, más pronto o más tarde, a entendernos.

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