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Quien guarda, halla... y acumula. Soy de los que piensan que, hace ya bastante tiempo, sobrepasamos los límites de guardar –desde un punto de vista digital– y no hacemos otra cosa que acumular por acumular, en ciertos casos de forma compulsiva. Así, almacenamos todo tipo de contenidos y ficheros en una larga lista de dispositivos: ordenadores, unidades de disco y, desde hace unos años, también smartphones y ¡hasta la nube!, son fieles aliados a la hora de custodiar todos nuestros recuerdos en forma de 0 y 1. Y no hablamos de poca cosa, son decenas de miles las fotos, vídeos y documentos personales que atesoramos, por norma general irrepetibles, y que juntos hacen que el saber ocupe cada vez más espacio –según IDC la tasa anual mundial de creación de datos en 2017 ascendió a 16,3 Zettabytes–.

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Y por acumular... que no sea. Nos hemos convertido en coleccionistas obsesivos de películas, series, música, juegos, apps, programas o libros, disponibles en servicios de pago online a precios asequibles. El problema principal reside en que la tecnología ha normalizado un trastorno de acumulación que, en su versión 'de carne y hueso', acarrea serios problemas a quienes amontonan objetos sin sentido alguno, al tiempo que son incapaces de deshacerse de ellos. Un trastorno clasificado como tal desde hace ya varios años en el DSM-5 –el manual de diagnóstico de los trastornos mentales por excelencia– y que, en el plano digital, supone un reto organizativo.

Y eso que solo almacenamos menos del 1% de los datos que creamos –serán 163 ZB en 2025 según IDC–. Primero, porque es imposible mantener el ritmo; y segundo, porque tampoco es necesario (dentro de 8 años interactuaremos con todo tipo de dispositivos y sensores IoT al menos una vez cada 18 s). Así, antes de acumular –en local o de forma cloud–, valora si es necesario guardar esos miles de archivos que, honestamente, sabes que nunca vas a usar. Se empieza con unas pocas fotos en la nube y, con el tiempo, el caos es irreversible...