Las dos grandes plataformas de series bajo demanda tenían fama de ser coherentes con sus producciones y no cancelarlas si la historia no se cerraba o si existía un compromiso de renovación. Sin embargo, parece que en los últimos dos años ha cambiado el modelo de negocio y, sobre todo, Netflix se ha vuelto más asidua a la rápida cancelación de series.

El caso de Chambers ha sido el último que se ha visto, pero son numerosas las series de las que se ha anunciado la cancelación de la segunda temporada al poco de estrenarse. Han existido casos como Gypsy, que no fue renovada, por no hablar del cierre de Sense8 cuando la historia de la segunda temporada quedaba perfecta para dar comienzo a una tercera.

Los motivos que han propiciado la cancelación de cada serie pueden ser variados, pero detrás de la posibilidad de tomar estas decisiones existe una perspectiva de negocio que puede justificar el dejar a los espectadores con la historia a medias.

Uno de los grandes cambios que ha vivido Netflix los últimos años es el aumento exponencial de producciones propias. Hace unos años existían unas cuantas que todos podríamos enumerar sin demasiado problema por ser grandes apuestas o su buena calidad. Ahora, con la expansión, cada año se producen cientos de series a nivel mundial y las que no despegan en un principio tienen muy complicado ganar audiencia posteriormente ante tanta competencia.

Además de todo esto, las series se encarecen según pasan las temporadas. Los contratos con actores y realizadores suelen aumentar por lo complicado que resulta atar al equipo. Son contados los casos en los que aumentan de seguidores según se alargan, lo natural es el caso contrario, que vayan decayendo en número hasta que llegado el momento tengan una muerte natural o el showrunner decida cerrar la historia.

En definitiva, Netflix sufre un exceso de producto y busca abaratar en lo posible sus creaciones, por lo que el cambio que ha sufrido en los últimos tiempos es la posibilidad de cancelar con mayor facilidad las series.